En esta llanura polvorienta

No sé que pasa en ésta llanura polvorienta a estas horas del día. No hace calor, no hace frío, pero el sol me molesta en los ojos. No hay montañas hacia las que dirigirse, solo me quedan las botas domadas pero cómodas que me acabo de calzar. ¿Qué es esto? ¿Dónde está el ritmo vital del mundo? ¿Y tú? ¿Dónde estás tú que no vienes a buscarme? Sigo andando, a pesar de todo despacio y descansado.

 

Esta noche me dormí mirando las estrellas sobre mi, había tantas sobresaliendo ansiosas en la oscuridad que me daba vértigo, en algún momento creí que  caía hacia ellas. No se oía nada, ni siquiera el rumor de un lejano viento removiendo el polvo antiguo de este desierto. Por el cielo no había rastros de presencia humana, ninguna luz intermitente que denotará la presencia de los aviones nocturnos que van a buscar otros continentes. Estaba solo y sin embargo no tenía miedo. Todo al contrario, crecía en mi la seguridad de que aqeulla exhibición de estrellas, el caliente suelo donde reposaba y yo formábamos parte de la gran amalgama donde se guarda todo, donde se ve todo, donde vive y muere todo, aquello que nos avasalla para convencernos de nuestra verdadera talla, aquello que nos acompaña, que nos alimenta y nos da de beber, ese lugar que amamos porque allí amamos, donde encontramos los lugares de nuestra memoria, donde sabemos que si lanzamos un beso al aire tenemos la certeza de quien lo recogerá: miembros de la amalgama eterna.

 

Al atardecer he llegado a una pequeña quebrada donde había varios arbustos y un árbol un poco más alto que yo. Una acequia de agua reflejaba el sol anaranjado sobre mi cara. Me senté, me descalce y hablé, dije hola a nadie o a todos, quería seguir allí aún sabiendo que pronto se acabaría mi vagar. Seguía sin hacer calor, sin hacer frío, solo la calidez del último sol sobre la piel anaranjada, subí la cuesta y cuando estuve arriba la vi, vi la oscura figura que se acercaba decidida hacia mi, y llegó la eternidad, la intensidad que la imaginación y el pensamiento produjo en mi la media hora que calculaba pasaría hasta que alguien me hablara. Nunca he podio pensar de forma más clara y certera, nunca mi imaginación ha sido tan deslumbrante, tan extrañamente vigorosa. Me senté, el sol estaba a punto de salir de la escena, y de repente sentí frío, un frió  que quizás indicaba mi deseo de que ella me tapará cuando llegara. Faltaban veinte minutos aún, calculo.